lunes, 18 de julio de 2016

Laurence Sterne. Viaje sentimental por Francia e Italia.

Aún no he leído La vida y opiniones del caballero Tristam Shandy pero lo haré a no muy tardar. Llegué a esta curiosa novela a través de una recomendación de Voltaire, si no directa cuando menos cruzada.
Me extraña que ocupe tan poco espacio en la Wikipedia cuando dice ésta de él que:

Es sin duda uno de los escritores más innovadores e influyentes de la literatura. Nietzsche dice de Sterne que "es el escritor más libre de todos los tiempos", y "el gran maestro del equívoco... ése es su propósito, tener y no tener razón a la vez, mezclar la profundidad y la bufonería... Hay que rendirse a su fantasía benévola, siempre benévola". Sterne anticipa muchos de los recursos narrativos de las vanguardias literarias de fines del siglo XIX e inicios del XX, en gran medida lo suyo es una suerte de monólogo interior que preanuncia el de Joyce.

A mí me ha recordado de alguna manera a la magnífica filosofía del viajero que desprende El cielo protector de Paul Bowles, pero Sterne va mucho más allá ¡dos siglos antes!
Sterne se mofa de los escritores de viajes coetáneos que ofrecen información objetiva e impersonal de los lugares que visitan dando prioridad a las impresiones personales del propio viajero, a las gentes. Una referencia al Quijote me viene pintiparada.

…y mucho dolor de corazón me ha costado ciertamente, y en muchas ocasiones, el observar cuántos pasos equivocados ha dado el viajero inquisitivo para ver sitios y examinar descubrimientos que, como le dijo Sancho Panza a don Quijote, podría haber visto a pie enjuto y en casa.

El viaje sentimental viene a significar un recorrido a través de personas y anécdotas, ya sean éstas insignificantes o grandilocuentes. Valga como ejemplo que durante varios capítulos Sterne divaga sobre la profunda huella que le deja el encuentro con una desconocida:

Descubrí que perdía considerablemente en cada ataque. Ella tenía unos ojos negros de mirada rápida que salía disparada entre dos filas de pestañas tan largas y sedosas, y de forma tan penetrante, que me llegaba al corazón y a los riñones.

Al mismo tiempo visita el París monumental o Versalles sin hacer ni la más mínima referencia a su esplendor, mientras que se detiene a contarnos la historia de un vendedor de patés que resulta ser un héroe de guerra.
Sterne explica esto mismo mucho mejor que yo:

Pero sí desearía, proseguí, espiar la desnudez de sus corazones y, a través de los diferentes disfraces de costumbres, climas y religión, descubrir lo que en ellos hay de bueno y moldear el mío a su semejanza, y por eso he venido.
Es esa la razón, Monsieur le Conde, proseguí, de que no haya visto el Palais Royal, ni el Luxemburgo, ni la fachada del Louvre, ni haya intentado exaltar los catálogos que tenemos de cuadros, estatuas e iglesias. Concibo a todo ser hermoso como un templo, y preferiría entrar en su interior y ver los dibujos originales y los bocetos imprecisos que cuelgan en él, antes que la mismísima transfiguración de Rafael.

Nada más que decir. Podríamos argüir que el viaje de Sterne no tiene un significado práctico porque nuestros encuentros y anécdotas no serán los mismos que los de Sterne, pero, en definitiva, los tiempos y las personas cambiamos tan poco…

Creo que puedo ver las marcas precisas y distintivas de los caracteres nacionales en estas absurdas minutiae mejor que en los más importantes asuntos de estado; en ellos los grandes hombres de todas las naciones hablan y se pavonean con tanta similitud que no daría yo nueve peniques por escoger entre ellos.
Episodio del fraile de Calais, en el que Yorick (Sterne) intercambia su tabaquera con la de un pobre fraile al que primero había despreciado. El episodio popularizó el intercambio de tabaqueras entre los viajeros del siglo XVIII.

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