miércoles, 23 de noviembre de 2016

Denis Diderot, Jacques el fatalista (1796)




          A menudo oigo comentarios del tipo «esta novela no ha soportado bien el paso del tiempo». Nada he oído acerca de esta en concreto pero será porque no la conoce ni Dios. Los oí, no hace mucho tiempo, de la novela de Stevenson, Dr. Jeckyll y Mr. Hyde, y en cambio a mí me parece que se trata de la novela perfecta para un club de lectura por lo mucho que puede dar de qué hablar. El tema de la perdurabilidad es una cuestión de perspectiva. Desde luego que hoy en día se escriben novelas como churros y pasado un año ya han perdido todo el interés, y no hablo de auto publicaciones sino de flamantes tapa dura que ocupan el espacio de los escaparates.
No hay un tema central en esta novela, aunque ronda aquí y allá el tema del destino en contraposición con el libre albedrío, apostando contra este último. Si yo llegué a ella fue a partir de la sátira de Laurence Sterne, y qué duda cabe que, en su tiempo, ambos fueron los que llevaron a la propia novela de las riendas, pues Jacques el fatalista o La vida y opiniones del caballero Tristam Shandy tuvieron parte fundamental en la génesis del género literario por excelencia. Desde luego que Diderot no encuentra límites técnicos a su narración, lo mismo dialoga con el lector que pone a dialogar a sus personajes entre sí con el formato propio de la dramaturgia. Lo que pasa que Diderot ha permanecido mucho tiempo en el olvido. Lo estuvo en el de sus contemporáneos debido a la censura y después ha trascendido sobre todo en su faceta como enciclopedista. Solamente por compensar la censura ya merece la pena darle una oportunidad.
Me veo, pues, en la obligación de insistir, Jacques el fatalista es una novela genial, y a mí no se me ha hecho en absoluto aburrida sino todo lo contrario. Continuadora directa de El Quijote y la novela picaresca, narra el viaje de amo y criado desvergonzado, Jacques, y al tiempo que nos define a ambos personajes traza una tremenda sátira contra la sociedad de su tiempo sin dejar títere con cabeza. Rápidamente se hace uno cargo del estilo de Diderot, maestro de la ambigüedad, que nos hace cómplices y nos previene de tomar aquello que nos cuenta al pie de la letra. He aquí una buena muestra de lo que ofrece.

¿Debo recordaros la anécdota de Esopo? Su amo, Jantipo, le dijo una tarde de verano o de invierno, ya que los griegos se bañaban en todas las estaciones: «Esopo, ve a los baños; si no hay mucha gente, báñate… » Parte Esopo hacia los baños. En el camino se encuentra con una patrulla de centinelas atenienses. «¿Adónde vas?» «¿Adónde voy? ―responde Esopo―. No lo sé». «¿No lo sabes? Pues a la cárcel.» «¡Lo veis! ―contestó Esopo―. ¿No os dije que ignoraba dónde iba? Tenía la intención de ir a los baños, y hete aquí que voy a la cárcel…»

Jacques preguntó a su amo si no había advertido que, por grande que fuera la miseria de la gente pobre, sin tener pan para ellos, todos tenían perro… De donde concluyó que todo hombre quería mandar a otro; y que al hallarse el animal en la sociedad inmediatamente debajo de la clase de los últimos ciudadanos mandado por todas las demás clases, aquéllos tomaban a un animal para poder mandar también a alguien… Cada cual tiene su perro. El ministro es el perro del rey, el primer funcionario es el perro del ministro…

El tratamiento de la mujer y el sexo es muy moderno, pero es que Diderot es moderno en todas sus manifestaciones:

…aun cuando  te hubieses acostado con ella, no por ello tendrías que estar enamorado. Todos los días nos acostamos con mujeres a quienes no amamos, y dejamos de acostarnos con aquellas a quienes amamos.

Un día la Vaina y el Cuchillo se pelearon; el Cuchillo le dijo a la Vaina: «Querida Vaina, sois una zorra, todos los días os penetran nuevos Cuchillos…». La vaina le responde al Cuchillo: «Querido cuchillo, sois un crápula, cambiáis cada día de Vaina…». «No es eso lo que me prometisteis, Vaina…» «Vos me engañasteis primero, Cuchillo…». La pelea tenía lugar mientras comían; el que estaba sentado entre Vaina y Cuchillo, tomó la palabra y les dijo: «Bien hicisteis en cambiar, vos Vaina y vos Cuchillo, puesto que eso os procuraba placer; pero mal hicisteis en prometer que no cambiaríais. ¿No viste tú, Cuchillo, que Dios te hizo para ir con varias vainas? ¿Y tú, Vaina, para recibir más de un cuchillo? Locos os parecían aquellos cuchillos que prometían prescindir de todas las otras vainas, y locas aquellas vainas que hacían voto de cerrarse a cualquier otro Cuchillo; pero no pensasteis que estabais igualmente locos cuando jurabais, tú, Vaina, contentarte con un Cuchillo; tú, Cuchillo, contentarte con una Vaina».

Estaba casi desnuda, y yo también. Mi mano seguía allí donde no había nada, y la suya allí donde yo no era exactamente igual a ella. La cuestión es que me encontré debajo de ella y, por consiguiente, ella encima de mí. La cuestión es que, habiéndome fatigado por su causa, ahora tomaba ella la total responsabilidad de la actual fatiga. La cuestión es que se entregó a mi instrucción de tan buena gana que llegó un momento en que creí que se moría.

            En fin, que es probable que solamente algún que otro friki como yo caiga en esta novela. Me limitaré a dejar unos fragmentos (por calidad podría destacar docenas de ellos), muestra de la agudeza, de la inteligencia de Diderot; que el avezado lector los compare con los suyos. En mi humilde opinión, nada tiene que envidiarle Diderot al mejor Voltaire; de hecho encuentro paralelismos en su espíritu.

―Uno de los inconvenientes de la desgracia es la desconfianza que inspira: los indigentes siempre temen ser importunos.

¿Cuál es, a vuestro entender, el motivo de que el populacho se amontone para asistir a las ejecuciones públicas? ¿La crueldad? Os equivocáis: el pueblo no es cruel; si pudieran, arrancarían de las manos del verdugo a ese desgraciado al pie de cuyo patíbulo se apretujan. Van a buscar a Grève un espectáculo que luego podrán contar al volver a su barrio; una ejecución o cualquier otra cosa, eso les da igual, con tal de poder reunir a los vecinos y tenerlos pendientes de su relato por haber sido testigos privilegiados del acontecimiento. Dad una alegre fiesta en los bulevares y veréis cómo se vacía la plaza de las ejecuciones.

Dejadme en paz, hipócritas malignos. Podéis joder como mandriles en celo; pero permitid al menos que yo utilice la palabra «joder», os regalo el acto, concededme la palabra. Decís con toda tranquilidad: matar, robar, traicionar, ¡y, en cambio, sólo os atrevéis a decir «joder» en voz baja! ¿Quizá lo que sucede es que cuantas menos palabras impuras pronunciéis, más os quedan en el pensamiento?

4 comentarios:

  1. Totalmente de acuerdo en lo que dices, es una novela admirable y muy divertida.

    Yo también tuve que oír (o leer, mejor dicho) esos comentarios acerca de "Dr. Jekyll". Se oyen tantas cosas hoy día, hay tanto ruído...

    Un saludo.

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  2. Pues no la conocía, es cierto... Y no me importaría leerla, la verdad.
    Saludos.

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  3. Hola Rubén,
    Compré precisamente esta edición cuando la promocionaron en EL PAÍS. Leerla debería ser algo obligatorio en el colegio... y en la vida. Descubrí una obra maestra, de esas que consigue mejorar la escritura. Un ejemplo de narración, brillante. Una de las contadas obras que me erizaron la piel cuando la leía. Me alegra mucho que la hayas reseñado porque extrañamente parece en el olvido. Saludos!

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  4. Mis disculpas con los comentarios porque soy un desastre y no alcancé a moderarlos. No volverá a pasar porque lo dejo en abierto.

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