lunes, 6 de febrero de 2017

El club de los suicidas, de R. L. Stevenson (1880).




Una vida corta y tremendamente fructífera la de el gran Stevenson, 1850, Escocia-1894, Samoa. Sus obras completas ocupan docenas de volúmenes, ensayos, poesía, crónicas de viaje, novelas de aventuras, históricas… Y lo que es más, mala salud. Poco antes de morir escribía en una carta: «Durante catorce años no he conocido un solo día efectivo de salud. He escrito con hemorragias, he escrito enfermo, entre estertores de tos, he escrito con la cabeza dando tumbos».
Pocos de nosotros no habremos disfrutado en una o más ocasiones de La isla del tesoro. Los que no se han acercado a sus libros lo conocen a través de la gran pantalla. En mi caso no hace mucho que lo redescubrí gracias a la lectura de El extraño caso del doctor Jeckyll y el señor Hyde, novela que recomiendo encarecidamente, que despertó en mí muchísimas cuestiones y que más pronto que tarde volveré a releer y analizar. En cambio la novela que nos ocupa no me ha abierto tantos interrogantes, pero eso no quiere decir que no haya encontrado constantemente puntos de contacto y polos de atracción, lo cual no me ha impedido sino que, al contrario, me ha incitado a devorarla de cabo a rabo, disfrutando de su estilo aventurero y caballeresco al mismo tiempo que de engañosa superficialidad.
Como ejemplo este fragmento:

La sucesión de rostros bajo la luz de los faroles inquietó su imaginación; tuvo la sensación de que podría caminar eternamente en la atmósfera estimulante de la ciudad, rodeado por cuatro millones de misteriosas vidas privadas. Miraba las casas al pasar, maravillándose de lo que ocurría detrás de las ventanas tan bien iluminadas; ponía los ojos en los rostros de la gente con que se cruzaba, y veía cada una de ellos animado por un interés desconocido, criminal o generoso.
«Se habla mucho de la guerra ―pensó―, pero he aquí el gran campo de batalla de la humanidad.»

Destaco también la impresionante descripción de un suicida:

Desciendo de mis antepasados por generación común y de ellos heredé un alojamiento muy aceptable, que todavía ocupo, y una renta de trescientas libras al año. También me dejaron un temperamento atolondrado al cual he cedido siempre con el mayor placer.

…un loco, pero coherente en su locura y, pueden ustedes creerme, un hombre que no se queja ni es un cobarde.
Por el tono en que el joven hizo su declaración era claro que se consideraba a sí mismo con desprecio y amargura.

O el hondo sentido del honor que anida en su narrativa.

El hombre que faltase a una promesa tan atroz perdería todo su honor y los consuelos de la religión.

6 comentarios:

  1. Gran escritor Stevenson, no leí El club de los suicidas en concreto. Ese "campo de batalla de la humanidad" también es la semilla de la guerra propiamente dicha. Digamos que la paz es un paréntesis entre dos guerras. Y en la guerra diaria personal, la "sucesión de rostros ajenos" es el escenario de nuestra propia lucha interna. Vemos pasar a los demás como sombras en nuestra vida, a través de un cristal propio seguro. Hasta que el cristal se rompe.

    Saludos.

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    1. Está lejos de Jeckyll and Hyde, puro divertimento. Es curioso como Stevenson pasa de un relato amable y aventurero a reflexiones como las descritas. Lo mejor de Stevenson es, para mí, ese sabor dulce que dejan algunos de sus personajes, auténticos gentleman.

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    2. Venía pensando en lo que dijiste y la comparación más próxima es siempre la Guerra Civil Española. El cristal era la ley, y en cuanto desapareció se desataron los instintos del hombre, digamos que cada uno hizo lo que se le antojó al desaparecer esa barrera de cristal, y en dos meses murieron prácticamente las mismas personas que en los tres años de conflicto bélico.

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    3. Lo del cristal lo dice (más o menos) Pessoa en su Libro del desasosiego, aunque lo expresé a mi manera. Es la idea de la distancia intelectual contemplativa, que no siempre puede mantenerse, aunque él sí lo hizo bien.

      Lo de la guerra civil es una excelente analogía, sin duda. Es como esa frase “si te sueltan, muerdes”. Pero ese mordisco se desata más bien cuando el cristal desaparece, y ya no nos podemos sujetar solos. Porque en realidad los demás no nos reprimen tanto, sino más bien la incertidumbre (colectiva) de si rebelarse (reaccionar) vale la pena.

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    4. Es complicado. A veces es el miedo el que guarda la viña. A Pessoa lo tengo pendiente, sólo lo leí a fragmentos.
      Tengo también pendiente tu blog. Ando pluriempleado y bastante que saco unas entradas del blog, pero un día con tiempo y dedicación leeré alguno de esos cuentos y relatos que tan buena pinta tienen.

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  2. Gracias por el interés. Mi paraguas con goteras está abierto cuando quieras. Sirve de parasol y ducha gratis. Y si miras arriba bajo su bóveda, con los agujeritos parece un cielo estrellado.

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