lunes, 22 de enero de 2018

Diario de una escritora (1918-1941), de Virginia Woolf




Leonard Woolf, marido de Virginia Woolf, hace aquí una selección de sus diarios entresacando todo lo que tiene relación con la literatura. Dicho diario tiene, pues, valor, no solo para los seguidores de Virginia, sino también para aquellos que gustan de dar vueltas alrededor de los problemas que conlleva la construcción de una novela, la forma, la trama, la caracterización de los personajes, la corrección de un texto o los avatares de la publicación editorial. Además, está la crítica literaria, a la que Virginia Woolf dedicó una parte importantísima de sus esfuerzos, y es esta precisamente la que a mí, personalmente, más me ha llamado la atención. A lo largo de los diarios la escritora comenta todos aquellos libros que lee y pretende leer, la gran mayoría de ellos clásicos, y los comentarios que vierte a bote pronto me parecen de una gran agudeza, los correspondientes a un buen lector. Virginia Woolf simplemente vierte sus opiniones sobre Cervantes, Conrad, Shakespeare, Sófocles, Milton, Joyce, Tolstoi o Proust, entre muchos otros. Se muestra como una lectura confiada pero con matices. Para los que no gustan de su prosa pero quieren conocer a la autora, recomiendo estos diarios.




En los momentos literarios que vivimos, acá por el 2018, bien sabemos que todo el mundo escribe, incluido un servidor. Ya de esto se quejaba Cicerón, pero digamos que hoy en día se trata de una realidad tan sorprendente que se ha convertido en fructífero negocio. Proliferan los tratados que pretenden enseñar a escribir (no seré yo quien niegue su relativa utilidad, pero la mayoría terminan guardando paralelismos con los tan denostados como exitosos tratados de “autoayuda”), y con más o menos fortuna se anima a afrontar la que unos consideran sana, y otros insana, actividad. Pero, en definitiva, no hay otra manera de aprender a escribir que leyendo y escribiendo. Esto ya lo saben tanto aspirantes como escritores pero, por lo general, se acostumbra a leer mal y consecuentemente a escribir mal. Es como la pescadilla que se muerde la cola. Es tan baja la calidad de lo que publican los grandes sellos editoriales que todos consideran que son capaces de escribir bien o, cuando menos, igual de mal; tiene su lógica el asunto, y difícil solución.



Entrando de lleno en los diarios de Virginia Woolf, no creo que se trate de una lectura que haya que seguir de forma lineal. Se puede leer a saltos, o según convenga. Virginia comenta las lecturas que tiene sobre la mesa, la aceptación de sus difíciles obras por parte de la crítica y la sociedad, los avatares de la escritura y la corrección, Virginia vive la literatura a flor de piel, ¡vive para escribir y leer!

Me da a mí que es un libro que merece la pena tener en propiedad, y subrayar. A mí personalmente me ha provocado a seguir conociendo la obra de la artista (hasta el momento solamente había leído, con aprovechamiento, La señora Dalloway). Ella ofrece “pautas”, mejor diría indicios, para leer su obra, pues quién mejor que la propia escritora para valorar la jerarquía de sus obras. Quizás sea Las olas la que más recomienda, y no digo más, os dejo unos fragmentos cualesquiera y comienzo a leerla.



Me doy cuenta de que esto me está ocurriendo más y más a menudo, y me pregunto qué debo hacer para solucionarlo, ¿dar explicaciones, o contemporizar, o seguir escribiendo contra corriente.



Vale la pena consignar, en vistas al futuro, que el poder creador que tan agradablemente burbujea al comenzar un nuevo libro disminuye al cabo de cierto tiempo, y sigue produciéndose con serenidad y constancia. Aparecen dudas. Luego una se resigna. Lo que más influye en que una siga escribiendo es la decisión de no cejar y la sensación de que se va a conseguir una forma. Estoy un poco angustiada. ¿Cómo voy a plasmar esta concepción? Cuando una se pone a trabajar, inmediatamente se asemeja a una persona que va de paseo, y que ya ha visto el paisaje extendiéndose ante ella, antes. En este libro no quiero escribir nada que no me guste escribir. Pero escribir siempre es difícil.



La prueba de la bondad de un libro (para el escritor) consiste en ver si ofrece un espacio en el que, de forma perfectamente natural, una pueda decir lo que quiere decir. Tal y como esta mañana he podido decir lo que Rhoda dice. Esto demuestra que el libro tiene vida propia; porque no ha aplastado lo que yo quería decir, sino que me ha permitido deslizarlo, sin presiones ni alteraciones.



La prosa de X es muy fluida. La he estado leyendo y ello me obliga a esgrimir la pluma. Después de haber leído un clásico me siento agobiada y… no castrada, castrada no sino todo lo contrario; en fin, por el momento no se me ocurre la palabra.



Para terminar, un fragmento que bien podría encabezar este blog:



Sí, hay que tener siempre los clásicos al alcance de la mano, para evitar la decadencia.

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