lunes, 12 de febrero de 2018

Los Buddenbrook (1901), de Thomas Mann.




¿Estamos ante una obra maestra?

Esta pregunta ha rondado la lectura desde sus inicios. Al mismo tiempo que yo meditaba en ello, como una interesante casualidad, me han planteado la cuestión desde las redes sociales. He recibido algunas orientaciones al respecto, diversas opiniones.

Qué duda cabe que la pregunta no tiene respuesta. De hecho, ¡qué más da si se trata o no de una obra maestra!, o mejor todavía si lo planteamos de la siguiente manera, dicha novela puede para mí constituir una gran obra maestra y para ti, lector, no. El camino que conduce a una novela a convertirse en clásico de la literatura nos es completamente ajeno y desconocido, pero Los Buddenbrook ya ha recorrido dicho camino, un camino que no tiene marcha atrás.

¿Pero para qué invierte uno tiempo en un blog si no es para mostrar un talante? Los Buddenbrook es una novela inevitablemente compleja en su estructura: relata la historia de tres generaciones de una rica familia de comerciantes. Mi edición Pocket Edhasa consta de 884 páginas. El logro de Mann es hacernos la obra digerible, y es que es una novela que se lee bien, sin que sea necesaria una concentración excesiva. La estructura es más bien clásica, sin modernos alardes. Los capítulos son cortos y se estructuran en torno a los hechos fundamentales que jalonan la vida de los protagonistas de la saga familiar. Como ejemplo, en el capítulo 1 la excusa es una típica cena familiar a la que acuden los miembros más destacados de la sociedad de Lübeck, en el capítulo 2 todo fluye a partir del nacimiento de un nuevo miembro de la familia, al cual sucede el fallecimiento del anciano cónsul y su mujer, el capítulo 3 pone sobre el tapete a uno de los principales personajes de la novela, el señor Grunlich, que luego desaparece pero que planea como mancha en la solapa de la familia, y así transcurren todos los capítulos de la novela. No se narra todo sino que se utilizan ciertos acontecimientos fundamentales del transcurrir de una familia para describirla en su totalidad.

Destaca, asimismo, por un formidable trabajo de memoria y precisión descriptiva, que a veces nos puede parecer excesiva. No me cabe duda alguna que se podrían recortar párrafos y párrafos (minuciosas descripciones de comidas, vestimentas, rostros, gestos) para hacer una de esas adaptaciones juveniles tan denostables que a menudo son causa del odio visceral de los jóvenes hacia la literatura.



Por otro lado yo, que acostumbro a subrayar y a anotar fragmentos, curiosamente no guardo notas, no he encontrado párrafos dignos de mención. Es una novela larga y densa que se lee bien, sin penalidades. Mann publicó la novela con tan solo 25 años. Recibió el nobel en 1929 por La Montaña Mágica pero qué duda cabe que le llegó por la precedente, a mi manera de ver muy superior a lo que ha escrito después (solamente he leído La Montaña Mágica y Muerte en Venecia).

A mi modo de ver, cuando valoramos a los clásicos hay que hablar de profundidades, de trascendencia, y ¿dónde se halla la profundidad en esta novela? Atentos al subtítulo, que reza: Los Buddenbrook. Decadencia de una familia. A mi modo de ver la genialidad descansa en la búsqueda de sí mismo. Imagino al autor tratando de entresacar el por qué de su propia conducta adquirida, tira del hilo para encontrar las puntas a través de las cuales llegar al origen de su infalible destino. Está la enconada dialéctica entre lo práctico y lo sensible, entre lo útil, práctico y razonable contra lo irracional, y no hablamos de conceptos puramente filosóficos, no, hablamos de una familia de ricos comerciantes que trata de perpetuarse a través de hábiles enlaces matrimoniales pero que tarde o temprano degenera por ese mismo espíritu de fusión que permite la entrada en la familia de genéticas que tienden más a la contemplación artística que a la búsqueda del puro beneficio.

No es fácil de explicar, y no es este el lugar para hacer un minucioso análisis. Dejemos que los académicos se ganan el sueldo. Pero sí que vienen aquí a colación unas pinceladas de la vida de Mann, porque Los Buddenbrook tiene mucho de autobiográfico, lo cual debemos agradecer. No destacó por ser buen estudiante e incluso llegó a repetir un curso a temprana edad, de tal manera que su formación literaria es autodidacta. Hano es Mann. Digamos que Thomas Mann es la culminación de esa “degeneración” familiar, e insisto en que Los Buddenbrook es la magna obra que intenta, desde los orígenes, la explicación de uno mismo.

No, no es fácil de explicar ni este el lugar para hacerlo; aquí solamente caben sensaciones. Mientras leía la novela me he acordado de otra obra magna, El Conde de Montecristo, que tampoco es un dechado de perfección técnica pero que, indudablemente, es un clásico consistente y consolidado; cada cual lo es con su propio carácter.

Y termino con un fragmento que, de veras, me ha costado entresacar de entre un total de 884 páginas.



Thomas Buddenbrook no estaba nada contento con el carácter y el desarrollo del pequeño Johann. En su momento, aunque los burgueses estrechos de miras y fácilmente impresionables no lo vieran con buenos ojos y menearan la cabeza, se había casado con Gerda Arnoldsen porque se sentía lo bastante fuerte y libre para hacer gala de un gusto más distinguido que el del resto de la masa, sin que su imagen de eficiente y respetable miembro de la burguesía se resintiera por ello. Pero, ahora, ¿podía permitir que aquel heredero que tanto se había hecho esperar y cuya apariencia externa, física, manifestaba ciertos rasgos de su familia paterna perteneciese tan entera y exclusivamente a su madre? ¿Podía permitir que aquel heredero (de quien se esperaba que, llegado el día, relevase a su padre y, con mayor fortuna y libertad de movimiento que éste, continuase el trabajo al que había dedicado su vida entera) manifestase unas inclinaciones y una naturaleza que despertaban extrañeza y hacían que se sintiera un extraño respecto al entorno en el que estaba llamado a vivir y a ejercer esa su labor, es más, respecto a su propio padre?

2 comentarios:

  1. De Mann sólo leí La montaña mágica. Quizá el que no encuentres párrafos a destacar, pese precisamente a favor de la novela, aunque yo no la he leído.

    En cierto modo una novela es un capítulo (o párrafo) de toda la obra conjunta de su autor, y dicha suma total es lo que importa. Es decir: el subrayado tendría que ser toda la novela y, por extensión, toda la obra (y no sólo la escrita).

    Además, como ejemplificaste con Bove en otra publicación, la literatura no está hecha de escritores que viven sino de vividores (en su acepción no peyorativa) que escriben, más bien. Es decir, que (como también comentamos una vez) la literatura es tan solo un medio más. Y yo añadiría que también es una proyección de esa misma esencia vital del escritor (e incluso de su biografía concreta), codificada finalmente en un papel con más o menos artificio.

    Y puede que cuando dicho artificio es menor (o sea: cuando la literatura se parece más a la vida) es cuando más difícil resulta resaltar un texto sobre otros dentro de la misma obra.

    Bueno, sólo estoy especulando. Buena reseña.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. De eso se trata, Boni, de comentar, de especular, de enredar un poco...
      Muy buena la mención de Bove, ya no quedan críticos de ese estilo, o quizás los haya pero se mueren de hambre.
      Quizás también, como dices, eso del artificio..., no sé... detecto en los escritores (me pasa a mí también) que primero hacen concesiones al lector, y escriben para un amplio espectro de lectores, pero luego ya, definitivamente, escriben para sí. Muerte en Venecia y La montaña mágica van por ese camino. Algún día volveré a La montaña mágica. No pude con ella en su momento.

      Eliminar