lunes, 2 de abril de 2018

Las correcciones (2001), de Jonathan Franzen





La novela más moderna que traigo al blog, ¡una foto del autor en color! Si es o no un clásico, el tiempo y la suerte lo dirán, aunque me da a mí que ya ha alcanzado dicho status. Hay polémica, una relación con los reconocimientos de William Gaddis, abundantes comparaciones, con DeLillo, Updike, incluso con Los Buddenbrook de Thomas Mann. Y no niego que esta extensa novela tiene un fin, una obsesión de fondo, probablemente la explicación de uno mismo, uno mismo que está en el interior de los tres protagonistas, los hijos de Enid y Alfred Lambert. Las correcciones no significan otra cosa que la explicación del presente a partir del pasado, de los hijos a través de los padres. No hay efecto sin causa. A mí, personalmente, me ha parecido un viaje interesante.
 
La voz de Franzen es propia, clara, meticulosa, ciertamente original, desde sus primeras líneas:

Locura de un frente frío de la pradera otoñal, mientras va pasando. Se palpaba: algo terrible iba a ocurrir. El sol bajo, en el cielo: luminaria menor, estrella enfriándose. Ráfagas de desorden, sucesivas. Árboles inquietos, temperaturas en descenso, toda la religión nórdica de las cosas llegando a su fin. No hay aquí niños en los jardines. Largas las sombras en el césped espeso, virando al amarillo. Los robles rojos y los robles palustres y los robles blancos de los pantanos llovían bellotas sobre casas libres de hipoteca.

Estamos ante una familia de clase alta americana, cuando menos media alta. Alfred, el cabeza de familia, cumple los 75 y está siendo devorado por el parkinson. Su mujer, Enid, atrapada en las convenciones sociales, no es feliz, probablemente porque sus hijos no han cumplido sus difíciles (para ella normales) expectativas. Los hijos tampoco son felices, Denise, Chip y Gary, que dirigen la trama a partir de la deriva de sus propias vidas. Los fracasos de cada uno de ellos tienen su origen en un matrimonio forzado y extravagante. Pero, ¿hay familias felices? Tras el velo que oculta la hipocresía está la vida interior de cada familia, con sus más y sus menos, y Franzen no tiembla a la hora de escarbar en el interior más recóndito de cada persona, en los deseos sexuales más promiscuos, en las aspiraciones más inconfesables.
Chip, el intelectual, es expulsado de la universidad por relacionarse con una alumna. Emprende una aventura de dudosa legalidad en Lituania y sirve de apertura y cierre de la novela.
Gary, el hijo perfecto que parece mirar a los demás por encima del hombro esconde un sinfín de debilidades, aplastado bajo el yugo que le imponen su esposa y sus hijos.
Denise, la pequeña, hermosa y talentosa, deambula de aquí para allá sin encontrar acomodo.
Sin embargo, pese a que dominan los menos sobre los más, pese a que se desprende de toda la novela un halo de fracaso y desazón, no he podido obviar en ningún momento que se trata de una familia de clase media americana que vive bien, sin carencias económicas importantes, sin conflictos de gravedad. Esto me parece que debe de ser subrayado. Los problemas familiares que Franzen nos presenta no son problemas de enjundia pese a que ocupen los pensamientos de los protagonistas. Para que me entendáis, por mucho que el estilo de Franzen tienda a la exageración y al caos, no estamos, ni de lejos, ante los devaneos existenciales de un Roskolnikov.
En definitiva todo transcurre con normalidad, sólo que la vida exige retoques, ciertas correcciones, las que Chip debe hacer en su guion cinematográfico, las que debe hacer la sociedad capitalista para perpetuarse, y las que tratan de hacer los hijos para corregir los errores de sus padres, ¡o viceversa!

Pero su vida entera estaba estructurada como corrección o enmienda de la de su padre, y Caroline y él hacía mucho tiempo que habían llegado a la conclusión de que Alfred estaba clínicamente deprimido, y, dado que la depresión clínica tiene bases genéticas, y es, en lo sustancial, hereditaria, Gary no tenía más remedio que seguir plantando cara a la ANHEDONIA, seguir apretando los dientes, seguir haciendo todo lo posible por divertirse.

2 comentarios:

  1. Lo leí en 2002. Casi no recuerdo nada, salvo la fascinación que me produjo. Después leí otras dos novelas del autor que también me gustaron, pero esa primera me sorprendió mucho.
    Un beso.

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    Respuestas
    1. Dieciséis años es tiempo suficiente para olvidar una novela.
      Cierto que me ha costado mucho leerla. La he alternado con otras lecturas más breves. Empieza muy potente, con el personaje de Chip, y luego se diluye. Supongo que escribir una novela de gran extensión supone un reto para el escritor.
      Besos.
      Rubén

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